Me encanta trabajar con adolescentes. Es una época de la vida donde hay apertura para ideas nuevas y cambio. Una de las preguntas que los padres me hacen con frecuencia es: “¿Cuándo mi hijo o hija va a agradecer todo lo que hago por ellos? Los llevo a sus prácticas, actividades escolares y sociales. Mi vida gira alrededor de ellos, pero nunca es suficiente. Las pocas veces que le digo que no, la trompa choca con el piso. Doctor, nunca es suficiente.” Usualmente respondo que eso tiende a pasar en la adultez temprana, mi experiencia es que en esas edades tenemos la madurez suficiente para darnos cuenta de que los actos de nuestros padres, aunque imperfectos, eran por nuestro bien. En una que otra ocasión preguntan, doctor, usted tiene hijos adolescentes, ¿le pasan estas cosas? Mientras asiento moviendo la cabeza de arriba a abajo, doy un suspiro profundo. Sí me pasa, y en ocasiones también me dan deseos de salir corriendo.
Como un papá psiquiatra les confieso que en casa no soy el Dr. Gonzalez, en casa soy Mario, papi, papá y/o solo papa (sí como las que se fríen). A pesar de que nuestros hijos pueden ser inteligentes, brillantes y chulos, en ocasiones tienen dificultades en lo que algunos teoristas del desarrollo humano llaman descentralización. La descentralización es la capacidad de salirnos de nuestro punto de vista y considerar el de otras personas. Esto explica varias cosas de la adolescencia. Lo vemos cuando nuestros hijos cuestionan de forma férrea por qué no podemos llevarlos a X o Y lugar debido a que tenemos otros compromisos, cuando piensan que los pares los juzgan en todo momento (“todos me miran”) o cuando se sienten inmunes a las consecuencias negativas (“a mí no me pasa”).
El psicólogo suizo Jean Piaget toca el tema de descentralización desde el marco del desarrollo cognitivo (inteligencia). Nos explica que las personas vamos desarrollando la capacidad de ver el punto de vista de los demás a medida que vamos desarrollando el pensamiento crítico. Una vez desarrollamos el razonamiento lógico, podemos aislar variables. Al aislarlas podemos considerar puntos de vista alternos, anticipar consecuencias y sostener discusiones abstractas sobre justicia, identidad o valores.
Según el psicólogo estadounidense David Elkind, al estrenar el pensamiento abstracto, muchos adolescentes muestran un egocentrismo evolutivo —no egoísmo— que se expresa como audiencia imaginaria (“todos me miran”) y fábula personal (“a mí no me pasa”), elevando la autoconciencia, el dramatismo y, a veces, el riesgo; es transitorio y disminuye con la descentralización y la experiencia real. Complementariamente, Robert L. Selman explica que el joven pasa de una visión centrada en sí mismo a coordinar la perspectiva de otros, avanzando por niveles hasta los estadios mutuo y societal que suelen consolidarse en la adolescencia y permiten negociar, resolver conflictos y considerar normas colectivas. Esta maduración es sensible al contexto: vínculos seguros, buen clima escolar y diálogo guiado la aceleran.
Conocer estos procesos es importante para fomentar una descentralización saludable. A veces miro a mis hijos y me pregunto. ¿Cuáles herramientas les puedo brindar para que ellos sean capaces de adaptarse al mundo, ya que este no se va a adaptar a ellos?
¿Y cómo podemos manejar esto? Cuando nos demos cuenta de que nuestros hijos e hijas estén teniendo problemas con descentralizar (probablemente por la trompa gigante), podemos hacer tres cosas simples:
(1) Validar y nombrar lo que pasa (“sé que frustra; esto que sientes se llama audiencia imaginaria o a mí no me pasa, la fábula personal”);
(2) abro las Tres Lentes (“¿cómo lo ves tú?, ¿cómo lo vería tu amiga o el coach?, ¿qué diría un observador neutral?”) para pasar del “yo” a varias miradas;
(3) Cerramos con un plan breve si—entonces: “Si siento que todos me juzgan, entonces respiro tres veces y busco dos datos a favor y dos en contra”.
La adolescencia no es una guerra que se gana, sino un puente que se cruza —a veces tambaleante, otras con firmeza—. Y en ese cruce, también nos transformamos. No siempre sabremos qué hacer, y eso está bien. Lo importante es seguir intentándolo: nombrar lo que pasa, abrir nuevas miradas, ensayar acuerdos. Cada intento es una inversión en el vínculo, no en la perfección. Así que, hoy, quizá no recibas un “gracias”, pero estás sembrando algo que florecerá más adelante, cuando menos lo esperes.
¿De qué manera estás ayudando a tus hijos a ver más allá de sí mismos?
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